viernes, 8 de agosto de 2014

La verosimilitud de lo inverosímil

Agosto es un mes asociado, por lo general, a la placidez, a la quietud, al remanso. Sin embargo, este agosto de poniente sureño no deja de traernos a través de su brisa, soplos de preocupación y de alarma  ya sea en nuestro patio de vecinos o más allá de nuestras fronteras.
Cuando lo inverosímil, lo inconcebible y lo irracional va tomando el color de lo posible y de lo probable es que algo inquietante está ocurriendo bajo nuestros pies.
 ¿Queda a estas alturas algún mito por caer? ¿Queda algún disparate sin el sello de la autenticidad? ¿Queda acaso algún decorado en pie? ¿O alguna parte aún utilizable del atrezzo de aquel majestuoso escenario cuadragésimo, sobre el que se representó la obra de la Transición con un cuadro de interpretación inigualable y mitológico?.
¡Cuánto daño hecho en nombre de la democracia! ¡Cuánta herida en nombre de la ética! ¡ Cuánta confusión en nombre de los principios y de las ideas!. ¡Cuánta desvergüenza en nombre de la integridad !. ¡Cuánta mentira en nombre de la decencia!.
Aquello que hubiésemos considerado  insólito hace nada de tiempo, ha acabado en los aledaños de la certidumbre, lo anormal se ha hecho creíble, lo extraordinario se ha convertido en rutinario. La impunidad se ha hecho fuerte entre los escombros. El mercadeo ( de ideas y principios), que no el debate y el consenso, fue ocupando lugares estratégicos.  He ahí el inmenso daño ocasionado a una democracia incipiente que nunca rompió su cordón umbilical con la conocida como etapa anterior. La pérdida de valores - ojalá no irrecuperables- de una izquierda que tuvo el timón del país  tantísimos años ha sido inversamente proporcional a la consolidación de unos valores mercantilistas neoliberales irrenunciables desde su territorio político.
Esa izquierda en connivencia con la derecha más pura en sus esencias y que se ha dejado arrastrar por los vicios más deleznables no puede ser ahora la que lidere a regañadientes un cambio  en el que nunca creyó. 
No nos quitarán nunca la ilusión de que una sociedad mejor es posible, que hay otras salidas y otras políticas. Y que bajo montañas de mentiras siempre florecerá la verdad más temprano que tarde.
No conseguirán llevarnos al lodazal de que otros harán lo mismo, porque eso sería matar la esperanza y doblegarnos para siempre.
Hartos, muy hartos de tanta ignominia. Saturados de tanto descrédito diario.
Nos han colmado, entre otras cosas, de desencanto y han convertido lo bochornoso en natural.. Tratan de arrasar ahora el mínimo anhelo que nos queda. Jamás lo lograrán. 

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