viernes, 16 de enero de 2015

.... Y se quedarán los pájaros cantando

Hace unas semanas, recibí una de esas noticias que uno no desearía escuchar nunca. Una noticia triste y a la vez  rebosante de sentimientos arraigados en nuestro palo mayor. Esos que surcan los interiores en múltiples corrientes subterráneas y que en aquel momento afloraron fértiles e imperecederos como si el tiempo no hubiese cribado, de alguna manera, los recuerdos lejanos. Aparentemente lejanos. Superficialmente distantes.
Sorprende siempre que  ante el espejo que nos devuelve nuestra imagen no visible, descubramos, de pronto, tallos vigorosos que nunca fueron socavados, a pesar de  los muchos inviernos transcurridos, ni por  las distancias a veces más lejanas que el propio trayecto vivido, ni por esos vientos  que nunca cesan en su  lenta erosión, ...
Hay huellas que están ahí. Permanentes. Imborrables. Aunque no las veamos salvo en instantes únicos y volátiles. Nos alimentan. Forman parte de nuestro presente. Lo moldean y lo conducen. A fin de cuentas, somos eso. Memoria en busca de nuevos senderos  por recorrer aún y que cada día se irán convirtiendo en nuevas estelas. En marcas inolvidables y siempre vivas.  Como la  de Juan.

A ti, Juan , hombre viejo y alpujarreño de Trevélez :

En ocasiones, ante el torrente de engañosas aspiraciones  cotidianas, olvidamos lo sustancial. Vivir. Ser, más que parecer. Latir como tú lo hiciste. Juan, amigo, hoy me siento desarropado porque tu muerte  me ha lanzado fuera de ese contorno en que eran posibles el cobijo y el apego. La vida ya no será lo mismo. No podrá serlo.
Irradiabas  una bondad y una felicidad, difíciles de entender nada más conocerte. Te compartí en aquellos largos paseos hacia el río o acogido en la calidez de tu casa, al hilo, siempre, de tu charla ingeniosa y fecunda, de tu sabio discurso y de tu coherencia. Aquella casa del barrio alto- pobre y empinada-, con su blancura trepando por la sierra  y abierta de par en par a cualquiera. Para echar el rato, como solías decir , entre lentos sorbos de un café recién preparado al calor de las brasas siempre prestas.
Juan,... Hombre viejo y alpujarreño de Trevélez. Longevo como los muros de tu casa y con tu piel ya entonces marchita de un otoño avanzado. Aprendiz constante de la vida e invariablemente abierto y grande como el agua y el viento de los valles que viviste y te vivieron. Gozoso de tu historia no siempre dichosa y ajeno a tanta humildad como emanabas.
Ahora que tu vida se ha hecho hoja seca y amarilla, posada ya  en el camino, es cuando te siento más vivo que nunca porque has depositado en mi el embrujo y la belleza de quien, como tú, se talló a sí mismo, adherido a esa naturaleza que tanta felicidad te devolvió.
Te buscaré siempre y echaremos un rato de los nuestros. Como dice el poema de Juan Ramón Jiménez,... "aunque te hayas ido y estés solo, sin hogar, sin árbol verde, sin pozo blanco, sin cielo azul y plácido... 
Sé que allí estarás esperándome entre el aire y las nieves de tus valles. Entre los guijarros y el agua cristalina  de tu río.
... Y se quedarán, para siempre, los pájaros cantando".
Mi sonrisa te abraza ahora. Compañero.

*  ( Juan, no es un personaje ficticio. El  azar- o lo que fuese-,  hizo que nos cruzásemos en nuestros caminos durante un verano alpujarreño. Un verano ya lejano aunque sólo  en el tiempo).



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