miércoles, 25 de marzo de 2015

La delicadeza: Una flor en el desierto


La delicadeza: Una flor en el desierto

Hay días en que la Naturaleza nos ofrece sensaciones gratificantes. Así, en primavera, un mediodía de sol a la orilla del mar es una experiencia sublime. En esas fechas, el astro rey, radiante y luminoso, calienta pero no quema, y el mar, como casi siempre, es un remanso de paz que nos abre a la inmensidad empequeñeciendo los sinsabores particulares y momentáneos de nuestra vida. Los dos, sol y mar, acarician el alma con una belleza deliciosa.

Calor e infinitud son dos vivencias que engrandecen nuestra alma y que podemos ampliarlas practicando la delicadeza. Ésta, es una disposición del espíritu que consiste en la capacidad de desarrollar finura, ternura y suavidad en el trato con los demás para hacerles la vida más agradable. Se trata de un esfuerzo, de una exigencia para ponerse en el punto de vista y en la situación del otro. No soporta lo grosero, lo vulgar, la falta de respeto a las opciones, gustos y preferencias de los demás. El refinamiento en las maneras y en las costumbres hace la vida más grata y hasta encantadora. La delicadeza conlleva un exquisito miramiento en la acción y en las palabras para respetar la dignidad humana.

            La delicadeza del gusto, según Immanuel Kant, se produce cuando los órganos de los sentidos son tan sutiles que no permiten que se les escape nada, y al mismo tiempo, son tan exactos que perciben cada uno de los ingredientes del conjunto. 

            La persona que actúa con delicadeza es sencilla, respetuosa, afable, serena, tolerante y con capacidad de autodominio. La persona que no es delicada es tosca, desconsiderada, egoísta, torpe, grosera, descuidada, caprichosa, ordinaria en sus modales, maleducada en sus hábitos de conducta; una persona sin tacto para tratar a los demás.

            Algunas acciones de delicadeza son muy sencillas: saludar y despedirse, utilizar palabras cercanas como gracias, por favor, disculpa, etc., ceder el paso en la acera, dejar el asiento a los mayores, llamar a las personas por su nombre, evitar pasar entre dos o más personas cuando están hablando, respetar el turno de palabra, etc.

            La delicadeza conecta con el ser humano en lo que es, no en su apariencia. Capta al otro no como un objeto de usar y tirar, sino que se abandona en él, no lo instrumentaliza.

            El que es “muy delicado” en sentido peyorativo es que quiere ser atendido el primero; mientras que la persona delicada siempre se posterga, colocando primero a los demás La persona delicada no es fuerte con el débil y débil con el fuerte; es generosa y elegante con todos y, especialmente, con los débiles. Se contrapone a la altivez del estirado o al cálculo del interesado.
                 Deja de manejarse en clave de derechos exclusivamente, dejando claro que vamos a cumplir con nuestros deberes.

            A la persona delicada le produce alegría encontrarse con las personas, aportando alegría y buen humor en cada encuentro; son cansinas las personas que todo lo critican o que manifiestan continuamente malhumor. No tenemos la culpa de la cara que tenemos sino de la que ponemos.

            Es cambiar una cara seria por una sonrisa para relajar el ambiente; es respetar a los que quieren estar solos; es acompañar en silencio a los que necesitan compañía.

            Las personas delicadas respetan la lentitud de una buena conversación, escuchando en silencio. Dejan que las cosas, aún las más banales, se expresen por sí  mismas. Saborean la pluralidad de enfoques. La delicadeza es laica y tolerante. Destaca de los demás los aspectos positivos de su personalidad, asumiendo que todas las personas tenemos contradicciones.

            La delicadeza sabe guardar la vida privada de los demás, los secretos, aunque no se haya solicitado explícitamente. Se aleja de la maledicencia y el chismorreo. No exhibe la intimidad, pero tampoco se esconde al encuentro con el otro, menos aún lo ningunea ignorándolo.

            Es conveniente no confundir la delicadeza con la ñoñería, la susceptibilidad, la melindrosidad o la melancolía. Algo delicado no tiene porqué ser frágil necesariamente. Acuérdese de aquella canción de M-Clan que dice: Carolina trátame bien, no te rías de mí, no me arranques la piel. Carolina trátame bien, o al final te tendré que comer.

            En definitiva, la delicadeza es una cierta aristocracia del alma, que a la mujer la convierte en Dama y al hombre en Caballero.

                                                             José Mª Tello Burruezo

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Bello y "filosófico" artículo, compañero. Da de sí para una buena charla. Ojalá llenemos esto de variedad a través de miradas distintas, de perfiles múltiples, de ángulos diversos,...
Al fin y al cabo, hablar de la vida, que es una y compacta. Aunque tengamps que diseccionarla para acercarnos a ella.
Un abrazo. (JAEM)

Anónimo dijo...

El propio articulos desprende delicadeza. ENHORABUENA
(JRDC)

Anónimo dijo...

Cautivador artículo. Muchas gracias por compartirlo. (Gea).

AGL dijo...

Una delicia de artículo.... Tomamos nota para tratar de ser más delicados... Ya estamos esperando el siguiente.

Miguel Ángel Borrego Soto dijo...

Soberbio, compañero, soberbio. Enhorabuena!