lunes, 27 de abril de 2015

Los placeres y el vino



Primero fue la aparición de las vides allá por el período terciario del tiempo geológico, mucho antes de la presencia del hombre. Después, el vino comenzó a producirse en Georgia e Irán entre el seis mil y el cinco mil antes de Cristo. En Mesopotamia, Fenicia y Egipto encontramos testimonios de la cultura del vino desde el año dos mil quinientos antes de nuestra era.

En la mitología griega, Apolo y Dionisos eran hijos de Zeus. Apolo es el dios del Sol, la claridad, la música y la poesía, mientras Dionisos es el dios del vino, la sensualidad y el éxtasis. Este politeísmo religioso ha sido interpretado en clave de dicotomía filosófica y literaria subrayando que lo apolíneo representa la armonía, la luz, la razón, la serenidad, la medida; mientras que lo dionisíaco simboliza la embriaguez, la vitalidad, lo excesivo, lo impulsivo, lo desbordante.

Nietzsche en su libro “El nacimiento de la tragedia”, publicado en 1.872, observa cómo en el arte dramático griego se fusionan, inicialmente, los impulsos artísticos apolíneos y dionisíacos. Insiste en que los trabajos de Esquilo y Sófocles representan la cumbre de la creación artística. Es con Eurípides con quien la tragedia comienza su decadencia, que se consolida con Sócrates que hace una interpretación racionalista de la tragedia pervirtiendo su origen.

Esta tradición socrática continuó con Platón y el cristianismo que suponen una apuesta por lo apolíneo frente a lo dionisíaco, por la razón contra los instintos, por lo medido y ordenado en detrimento del impulso creativo.

Frente a ello, el dios griego Dionisos (Baco para los romanos) es el dios de la vida vegetal y del vino. Representa una dimensión fundamental de la existencia: los aspectos oscuros, instintivos, irracionales, biológicos. Es una liberación vitalista del hombre sin prejuicios ni normas, sin dogmas ni reglas, que permite lograr el desarrollo de la creatividad y disfrutar de los placeres de la sensualidad.

Ahora bien, los placeres, ¿no tienen límites? Hasta el propio Epicuro, defensor del hedonismo, ya en el siglo IV antes de nuestra era, los establece. Epicuro considera que la felicidad consiste en la ausencia del dolor y la búsqueda del placer, que debe estar dirigida por la prudencia y la moderación, evitando los excesos. Los placeres no tienen por qué ser copiosos, produciendo empacho, resaca o dolor de cabeza. El placer se debe asociar siempre a la alegría. Se trata de procurar un estado de bienestar corporal y espiritual al que llamaba ataraxia o tranquilidad de ánimo. Criticaba tanto el desenfreno como la renuncia a los placeres.

Kant (1724-1804), uno de los más grandes filósofos de la historia, en su obra “Antropología en sentido pragmático” se refiere a las “sustancias productoras de embriaguez”, aportando unos ciertos criterios selectivos y enunciando el carácter del vino como fuente de una cierta exaltación afectiva compartida. Dice:

“El vino y la cerveza, de los cuales el primero es meramente excitante, la segunda más nutritiva y parecida a un alimento, provocan la embriaguez sociable; hay, empero, la diferencia de que las orgías de cerveza son más soñadoramente herméticas, frecuentemente también groseras, mientras que las del vino son alegres, ruidosas y de chistosa locuacidad”.

“El beber desata la lengua. Pero también franquea el corazón y es el vehículo material de una cualidad moral, a saber, la franqueza. La reserva en los propios pensamientos es para un corazón puro un estado opresivo, y unos bebedores jocundos no toleran fácilmente que nadie sea en medio de la francachela muy moderado; porque representa un observador que atiende a las faltas de los demás, pero reserva las suyas propias… En la licencia que el varón tiene para rebasar un poco, y por breve tiempo, en gracia a la alegría colectiva, los límites de la sobriedad, se da por supuesta la bondad del corazón…”.

Por fin, en el ámbito literario, en el que tantas veces el vino ha ayudado a las musas,  Charles Baudelaire (1821-1867) afirma: “Para no sentir el horrible peso del tiempo sobre sus espaldas, hay que embriagarse sin tregua. De vino, de poesía o de virtud, a vuestra elección. Pero embriáguese”.


                            JMTB, 22 de Abril de 2015

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Sin duda, el vino forma parte de nuestra cultura. Tu aportación, así lo atestigua. Bien podría decirse:... ¡Ah, si el vino hablase!.
Me quedo ahora con una frase del cantautor George Brassens: " El mejor vino no es necesariamente el más caro, sino el que se comparte".
Pues eso... tiempo por delante y ganas de compartirlo. (JAEM)

José María Tello dijo...

Gracias, compañero. Salud, libertad y un buen vino.