viernes, 21 de agosto de 2015

Microrrelatos de agosto ( IV )



HACIENDO LA COMPRA


Era poco más de media tarde y las ofertas, como siempre, permanecían expuestas y a disposición de la asidua clientela. Grandes cajoneras estratégicamente colocadas y repletas de todo tipo de mercancías revueltas y amontonadas, ocupaban las calles de la gran superficie comercial demandando la atención de los últimos usuarios del día.
No importa su nombre, ni su edad indefinida. Bien podría llamarse Jacinto, Hipólito, Juan o yo qué sé. El caso es que desde donde yo estaba, le vi acercarse  a una de aquellas cajoneras para escudriñar sin titubeos y llevarse lo que fuera tras su primer visto bueno.
Satisfecho de lo conseguido, siguió caminando, sin percatarse de los semáforos en rojo y sorteando con suerte los coches que casi le rozaban. Así prosiguió su camino mientras empujaba su carrito adaptado  para su quehacer cotidiano hasta que desapareció de mi vista.
Por un instante me quedé pensativo a pesar de no importarme su nombre, ni su edad indefinida, ni tan siquiera sus circunstancias. Imaginé que al llegar a casa ordenaría todo y decidiría, una noche más, qué cosas le vendrían bien para él, qué otras necesitarían de algunos retoques previos y cuáles trataría de vender directamente y de forma clandestina, a precio asequible en cualquier plaza. 
Faltaba poco para que el servicio de basuras pasase vaciando todos los contenedores colocados en las calles.
Mañana, pensé, será un nuevo día lleno de inéditas ofertas y seguro que volverá a salir con su carrito recorriendo los expositores del gran bazar en que se convertía la ciudad a la caída de cada tarde.
¡ Pura ganga!. Nada de precios de saldo. ¡Todo gratis!. Eso sí, sin libros de reclamaciones ni servicio de devoluciones por deterioro o engaño.
Continué mi paseo reflexionando sobre cómo la armonía, en su más amplia acepción, se evade, en no pocas ocasiones, de eso que llamamos la vida. Me preguntaba en definitiva sobre si de verdad la vida es bella, como rezaba el título tajante de aquella película, simplona y almibarada, empeñada en ocultarnos la barbarie e iniquidad de un campo de concentración.
La historia de aquel hombre- de nombre desconocido, edad indefinida y signos vitales casi imperceptibles-, deambulando casi invisible por  el gran mercado de la ciudad, carecía hasta de banda sonora. Ni eso.
Mi perrita Maya, ajena por completo a mis pensamientos, se paró husmeando el sitio exacto para hacer sus necesidades.
Ausente, traté de mirarla con mi mirada perdida. 

( JAEM )

3 comentarios:

AGL dijo...

Tengo escrito (mucho peor que lo haces tu...) algo parecido en el que me encuentro con un amigo que rebusca en la basura... en el momento en el que yo voy a tirarla... Y otro en el que me encuentro de espaldas por la calle a una mujer mayor, caminando torpemente por las cercanías del albergue, que me recuerda a mi madre. Va vestida con un vestido igual al suyo... uno que días antes había entregado en el albergue cuando ella murió...
Después de ver la maestría que despliegas, no me atrevo yo a subir los míos, je, je...

JAEM dijo...

Sabes que me encantaría poder leer esos escritos, y otros, en el blog. Como me has dado la ocasión, te lo pido desde aquí. La variedad de opiniones, de puntos de vista, de reflexiones, etc, aporta siempre riqueza.
Sobre la maestria..... ¿ qué decirte ?. Dejémoslo ahí, compañero. Y no diré más, jeje....
Un abrazo

Anónimo dijo...

Eso es lo que llaman caminando hacia la recuperacion, creando "nuevos oficios", a los que si entre todos no ponemos remedio terminaremos acostumbranos o mirando para otro lado, con la esperanza de que no nos roce. Esta realidad sin trampa ni carton verdaderamente si es el caos. A.M.P.