Esta tarde, junto a otros muchos ciudadanos, he estado acompañando un rato a los trabajadores de VICASA que, como cada día desde que se anunció el cierre, se concentran en la entrada de las instalaciones.
Cada vez que se cierra una fábrica en Jerez -y desgraciadamente ya van unas cuantas- se me abren viejas heridas, las del niño que fui, y se hacen presentes las imágenes del patio de las Escuelas de mi pueblo, llenas de gente, donde estábamos todos, clamando ante el “Gobernador Civil”, para que no se cerrara una fábrica.
Hace ya cuarenta años de aquello, cuarenta años justos. En 1969 se echaba el cerrojo en Épila (Zaragoza) a la Azucarera del Jalón, que desde comienzos del siglo XX, cuando fue construida, era una de las mayores azucareras del país. La CIA (la Compañía de Industrias Agrícolas), no la consideraba ya rentable. En las épocas de campaña daba trabajo a 1200 personas de toda la comarca, que de un mes para otro se quedaron sin él. Lo demás es una historia conocida: la plantilla fue despedida, indemnizada con cuatro gordas, o trasladada y mi familia -mi padre tenía entonces 53 años- tuvo que emprender junto a otras 200 más, el camino de Jerez, a casi mil kilómetros de distancia. No había entonces “presión sindical” y la contestación social era escasa. Rabia, resignación y una gran amargura, marcaron los primeros años de muchas familias que, no terminaban de adaptarse a estas tierras del sur y, en condiciones poco favorables, emprendieron el camino de regreso.
Hoy, en el aparcamiento de VICASA, sentí de nuevo toda esa rabia (como cuando cerraron cartonajes, como cuando cerraron la azucarera de Jédula, como cuando cerraron la de Guadalcacín, como cuando cerraron Delphi…). Toda esa rabia.
La de VICASA, es la misma historia repetida, la de la voracidad del capitalismo que, después de enriquecerse a costa del trabajo de los obreros, cambia de lugar mirando sólo por sus intereses, a pesar de seguir obteniendo beneficios. He sentido la misma rabia, la misma indignación… pero no he visto ni un ápice de resignación cuando, al escuchar las palabras del veterano Antonio Alba, se habla de seguir luchando, de buscar apoyos, de pelear mientras se pueda hacer algo para que Vicasa no se cierre.
Mañana alas 11 de la mañana, tenemos todos una cita para formar una cadena humana y rodear VICASA. Para que no cierre, para que no se la lleven de Jerez, por que a este paso, si no hacemos algo, van a cerrarnos a todos.
Cada vez que se cierra una fábrica en Jerez -y desgraciadamente ya van unas cuantas- se me abren viejas heridas, las del niño que fui, y se hacen presentes las imágenes del patio de las Escuelas de mi pueblo, llenas de gente, donde estábamos todos, clamando ante el “Gobernador Civil”, para que no se cerrara una fábrica.
Hace ya cuarenta años de aquello, cuarenta años justos. En 1969 se echaba el cerrojo en Épila (Zaragoza) a la Azucarera del Jalón, que desde comienzos del siglo XX, cuando fue construida, era una de las mayores azucareras del país. La CIA (la Compañía de Industrias Agrícolas), no la consideraba ya rentable. En las épocas de campaña daba trabajo a 1200 personas de toda la comarca, que de un mes para otro se quedaron sin él. Lo demás es una historia conocida: la plantilla fue despedida, indemnizada con cuatro gordas, o trasladada y mi familia -mi padre tenía entonces 53 años- tuvo que emprender junto a otras 200 más, el camino de Jerez, a casi mil kilómetros de distancia. No había entonces “presión sindical” y la contestación social era escasa. Rabia, resignación y una gran amargura, marcaron los primeros años de muchas familias que, no terminaban de adaptarse a estas tierras del sur y, en condiciones poco favorables, emprendieron el camino de regreso.
Hoy, en el aparcamiento de VICASA, sentí de nuevo toda esa rabia (como cuando cerraron cartonajes, como cuando cerraron la azucarera de Jédula, como cuando cerraron la de Guadalcacín, como cuando cerraron Delphi…). Toda esa rabia.
La de VICASA, es la misma historia repetida, la de la voracidad del capitalismo que, después de enriquecerse a costa del trabajo de los obreros, cambia de lugar mirando sólo por sus intereses, a pesar de seguir obteniendo beneficios. He sentido la misma rabia, la misma indignación… pero no he visto ni un ápice de resignación cuando, al escuchar las palabras del veterano Antonio Alba, se habla de seguir luchando, de buscar apoyos, de pelear mientras se pueda hacer algo para que Vicasa no se cierre.
Mañana alas 11 de la mañana, tenemos todos una cita para formar una cadena humana y rodear VICASA. Para que no cierre, para que no se la lleven de Jerez, por que a este paso, si no hacemos algo, van a cerrarnos a todos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario