miércoles, 17 de diciembre de 2008

SESENTA Y CINCO


A diferencia del 69, que siempre sonó bien, el 65 es un número con mal fario. Hay que esperar hasta los 65 para jubilarse y, pasada cierta edad (pongamos los cincuenta o los cincuenta y cinco) todo parece ya una cuesta arriba interminable que, una vez superada, se trasforma en una cuesta abajo… Pero mejor hablemos de otra cosa.

Hablemos, por ejemplo, de ese otro 65 asociado al número de horas semanales que los ingleses querían hacer colar en la legislación laboral europea como tributo al insaciable sistema capitalista y de economía de mercado, etcétera.

De la mano de estas propuestas, me han venido a la memoria aquellos veranos del 74 y del 75 en los que trabajé en las campañas de la Azucarera a razón de doce horas diarias, seis días de cada siete, durante tres meses, con el sólo descanso de una hora para las comidas. Es decir, 66 horas semanales. Aquello sólo se podía aguantar porque teníamos veinte años, porque duraba apenas tres meses y porque hacía falta pagarse los estudios…

El Parlamento Europeo, ha frenado hoy este disparate sin que los ciudadanos hayamos tenido que salir a la calle, todavía, para tener que reconquistar en el siglo XXI los logros sociales que tanta sangre y sudor costaron en el siglo XX. Pero a este paso, todo se andará y, de seguir así –desmovilizados, sin conciencia de clase y sin ningún otro tipo de conciencia- acabaremos trabajando por la comida y durmiendo en las gañanías (o en las oficinas y las fábricas), como hacían los trabajadores del campo en el XIX.

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