En este día en el que la cristiandad celebra la festividad de Todos los Santos elevo mis oraciones laicas a esos otros santos, muertos o vivos, que han sido y son ejemplo de tantas cosas. Le rezo a San M. Ghandi, a San Nelson Mandela, a San Diamantino García, a San José Chamizo… Le rezo también a Santa Mª del C. Ariza, una monja de San Vicente de Paúl que fue compañera de estudios, a quien visitábamos algunas noches cuando tenía guardia en el albergue de San Álvaro, en la calle Bodegas, donde lavaba cuidadosamente y vestía con ropa limpia a los mendigos borrachos que llegaban hasta allí, como quien busca refugio a la desesperada, en esa guerra inacabable de los días que es para los pobres la vida.
En la madrugada del viernes pasado, murió en Madrid Marcelino Camacho: un obrero.
Decir Marcelino es decir honradez, lucha por la democracia y por la libertad. Es decir generosidad y entrega. Vivía en Carabanchel, en su piso de toda la vida: esos pisos de las barriadas populares, sin ascensor, donde aún viven tantas personas mayores que quedan atrapados en ellos. Y vivía allí para ser fiel a sus ideas, a su compromiso, a su eterna militancia.
“Si no se vive como se piensa, se termina por pensar como se vive”. Lo decía el clásico y lo sabía Marcelino que ha tenido una vida de entrega a la causa de los trabajadores y ha muerto recibiendo el reconocimiento y la admiración de todos. Viviendo como pensaba.
Cuando me afilié a CCOO, hace casi veinticinco años, ya admiraba a Marcelino a quien desde hoy tengo en mi santoral laico. Y ahora, para rendirle mi particular homenaje, le pongo una rosa roja en el altar casero donde rezo a mis santos y, en lugar de una oración, levanto el puño bien alto y canto bajito la internacional. Que la tierra le sea leve.
En la madrugada del viernes pasado, murió en Madrid Marcelino Camacho: un obrero.
Decir Marcelino es decir honradez, lucha por la democracia y por la libertad. Es decir generosidad y entrega. Vivía en Carabanchel, en su piso de toda la vida: esos pisos de las barriadas populares, sin ascensor, donde aún viven tantas personas mayores que quedan atrapados en ellos. Y vivía allí para ser fiel a sus ideas, a su compromiso, a su eterna militancia.
“Si no se vive como se piensa, se termina por pensar como se vive”. Lo decía el clásico y lo sabía Marcelino que ha tenido una vida de entrega a la causa de los trabajadores y ha muerto recibiendo el reconocimiento y la admiración de todos. Viviendo como pensaba.
Cuando me afilié a CCOO, hace casi veinticinco años, ya admiraba a Marcelino a quien desde hoy tengo en mi santoral laico. Y ahora, para rendirle mi particular homenaje, le pongo una rosa roja en el altar casero donde rezo a mis santos y, en lugar de una oración, levanto el puño bien alto y canto bajito la internacional. Que la tierra le sea leve.
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4 comentarios:
Va, levanto el puño yo también.
Me apunto también yo...
Hoy la honradez y ser consecuente con lo que se predica son valores en desuso.
Me sumo a vuestras oraciones laicas.
Los que acuasan a Marcelino de viejo "estilo" tienen razón. Ya no se estila ser honesto.
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