Cuando recién cumplidos los once años vine a vivir a Jerez desde mi pueblo, los niños se reían de mi acento aragonés y se mofaban de mis expresiones. Yo subía llorando amargamente a mi casa ante ese desprecio y le decía a mi madre que, además de eso, yo tampoco entendía a los niños. En el Jerez de 1969 se hablaba “aragonés” pero con otro acento. Esa debía ser la causa de todos los problemas.
Apenas un par de años después, cuando iba de viaje a mi tierra me llamaban “el andaluz” (por mi “deje”). Aquí me seguían llamando “el maño” (por aquello del tonito de voz y las expresiones, que no acababa de perder) y a mi ya no me quedaba claro cuál era mi acento. Fui, permítaseme la expresión, un apátrida del acento, un exiliado en los vastos territorios de la prosodia, un eterno emigrante, fonológicamente hablando.
A medida que pasaban los años la cosa empeoraba y ya nadie se atrevía a decir (por mi acento) dónde vivía, dónde había nacido, en qué recónditos lugares del país (me refiero a la España de principios de los setenta) había adquirido mi forma de hablar.
De pronto, con el advenimiento de la democracia, lo entendí todo. La España “plural” de la que todos hablaban, la España de las autonomías era sin duda la de los “acentos”. Daba igual ser maño, andaluz o mediopensionista, como en mi caso: aquí y ahora (entonces) cabían, por fin, todos los acentos.
Y así empezamos a disfrutar del deje tan delicioso de aquel compañero canario, del tono meloso de los amigos gallegos, de los matices tan "salaos" de cordobeses, almerienses, granadinos… Qué agradable nos sonaba el acento de la gente de Badajoz -ni sevillano, ni cacereño- o qué limpio (aunque difícil de localizar a veces) el de los amigos de Valladolid, Zamora o Segovia… A todos nos caían bien los catalanes, con su acento tan peculiar cuando oíamos al Eugenio contando aquellos chistes.
Ya en el ámbito provincial, empezamos a valorar y a apreciar los matices del habla de los trebujeneros, tan tierna, o de los sanluqueños y chipioneros, que era parecida, pero no era igual. Siempre nos resultaba gracioso oir hablar a los gaditanos (tan inconfundibles) o a la gente de Ubrique, con su deje y su tonito tan peculiar y tan lindo. Acentos. Tan variados, tan ricos…
Estos días, una diputada catalana la ha liado con los acentos, o mejor, nos ha insultado a los andaluces, a los maños, a los catalanes, incluso a los “sin patria” en materia de acentos como yo. Ha vuelto a confundir la España “plural” con la que pone “eses”, en plan “fisno” y ha descalificado a una ministra andaluza, o a cualquiera, por su forma de hablar, por su acento , como otros lo hicieron antes por el RH, por el color de la piel, por…
Es lo que tienen los acentos, que o se sabe uno las reglas o, como en este caso, se mete la pata de manera “aguda”, “”llana” y “esdrújula”. (AGL).
Apenas un par de años después, cuando iba de viaje a mi tierra me llamaban “el andaluz” (por mi “deje”). Aquí me seguían llamando “el maño” (por aquello del tonito de voz y las expresiones, que no acababa de perder) y a mi ya no me quedaba claro cuál era mi acento. Fui, permítaseme la expresión, un apátrida del acento, un exiliado en los vastos territorios de la prosodia, un eterno emigrante, fonológicamente hablando.
A medida que pasaban los años la cosa empeoraba y ya nadie se atrevía a decir (por mi acento) dónde vivía, dónde había nacido, en qué recónditos lugares del país (me refiero a la España de principios de los setenta) había adquirido mi forma de hablar.
De pronto, con el advenimiento de la democracia, lo entendí todo. La España “plural” de la que todos hablaban, la España de las autonomías era sin duda la de los “acentos”. Daba igual ser maño, andaluz o mediopensionista, como en mi caso: aquí y ahora (entonces) cabían, por fin, todos los acentos.
Y así empezamos a disfrutar del deje tan delicioso de aquel compañero canario, del tono meloso de los amigos gallegos, de los matices tan "salaos" de cordobeses, almerienses, granadinos… Qué agradable nos sonaba el acento de la gente de Badajoz -ni sevillano, ni cacereño- o qué limpio (aunque difícil de localizar a veces) el de los amigos de Valladolid, Zamora o Segovia… A todos nos caían bien los catalanes, con su acento tan peculiar cuando oíamos al Eugenio contando aquellos chistes.
Ya en el ámbito provincial, empezamos a valorar y a apreciar los matices del habla de los trebujeneros, tan tierna, o de los sanluqueños y chipioneros, que era parecida, pero no era igual. Siempre nos resultaba gracioso oir hablar a los gaditanos (tan inconfundibles) o a la gente de Ubrique, con su deje y su tonito tan peculiar y tan lindo. Acentos. Tan variados, tan ricos…
Estos días, una diputada catalana la ha liado con los acentos, o mejor, nos ha insultado a los andaluces, a los maños, a los catalanes, incluso a los “sin patria” en materia de acentos como yo. Ha vuelto a confundir la España “plural” con la que pone “eses”, en plan “fisno” y ha descalificado a una ministra andaluza, o a cualquiera, por su forma de hablar, por su acento , como otros lo hicieron antes por el RH, por el color de la piel, por…
Es lo que tienen los acentos, que o se sabe uno las reglas o, como en este caso, se mete la pata de manera “aguda”, “”llana” y “esdrújula”. (AGL).
3 comentarios:
Llegué a Jerez el mismo año que tú, y con los mismos años, ahora nadie sabe de dónde soy por mi acento, yo me siento muy orgulloso, porque no soy de ningún sitio en concreto, no soy nacionalista, pero soy de todas partes, pero nadie me puede ofender, no me doy por aludido en ninguna ocasión, el nacionalista es sólo un ombliguista...convencido eso sí.
Pues aquí mismo, en Jerez, tenemos el acento de la Granja, el de San Telmo, el del "Políngano" etc...
Me siento tan identificada...
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