Primero
fue la aparición de las vides allá por el período terciario del tiempo
geológico, mucho antes de la presencia del hombre. Después, el vino comenzó a
producirse en Georgia e Irán entre el seis mil y el cinco mil antes de Cristo. En
Mesopotamia, Fenicia y Egipto encontramos testimonios de la cultura del vino
desde el año dos mil quinientos antes de nuestra era.
En
la mitología griega, Apolo y Dionisos eran hijos de Zeus. Apolo es el dios del
Sol, la claridad, la música y la poesía, mientras Dionisos es el dios del vino,
la sensualidad y el éxtasis. Este politeísmo religioso ha sido interpretado en
clave de dicotomía filosófica y literaria subrayando que lo apolíneo representa
la armonía, la luz, la razón, la serenidad, la medida; mientras que lo
dionisíaco simboliza la embriaguez, la vitalidad, lo excesivo, lo impulsivo, lo
desbordante.
Nietzsche
en su libro “El nacimiento de la tragedia”, publicado en 1.872, observa cómo en
el arte dramático griego se fusionan, inicialmente, los impulsos artísticos
apolíneos y dionisíacos. Insiste en que los trabajos de Esquilo y Sófocles
representan la cumbre de la creación artística. Es con Eurípides con quien la
tragedia comienza su decadencia, que se consolida con Sócrates que hace una interpretación
racionalista de la tragedia pervirtiendo su origen.
Esta
tradición socrática continuó con Platón y el cristianismo que suponen una
apuesta por lo apolíneo frente a lo dionisíaco, por la razón contra los
instintos, por lo medido y ordenado en detrimento del impulso creativo.
Frente
a ello, el dios griego Dionisos (Baco para los romanos) es el dios de la vida
vegetal y del vino. Representa una dimensión fundamental de la existencia: los
aspectos oscuros, instintivos, irracionales, biológicos. Es una liberación
vitalista del hombre sin prejuicios ni normas, sin dogmas ni reglas, que
permite lograr el desarrollo de la creatividad y disfrutar de los placeres de
la sensualidad.
Ahora
bien, los placeres, ¿no tienen límites? Hasta el propio Epicuro, defensor del
hedonismo, ya en el siglo IV antes de nuestra era, los establece. Epicuro
considera que la felicidad consiste en la ausencia del dolor y la búsqueda del
placer, que debe estar dirigida por la prudencia y la moderación, evitando los
excesos. Los placeres no tienen por qué ser copiosos, produciendo empacho,
resaca o dolor de cabeza. El placer se debe asociar siempre a la alegría. Se
trata de procurar un estado de bienestar corporal y espiritual al que llamaba
ataraxia o tranquilidad de ánimo. Criticaba tanto el desenfreno como la
renuncia a los placeres.
Kant
(1724-1804), uno de los más grandes filósofos de la historia, en su obra
“Antropología en sentido pragmático” se refiere a las “sustancias productoras
de embriaguez”, aportando unos ciertos criterios selectivos y enunciando el
carácter del vino como fuente de una cierta exaltación afectiva compartida. Dice:
“El
vino y la cerveza, de los cuales el primero es meramente excitante, la segunda
más nutritiva y parecida a un alimento, provocan la embriaguez sociable; hay,
empero, la diferencia de que las orgías de cerveza son más soñadoramente
herméticas, frecuentemente también groseras, mientras que las del vino son
alegres, ruidosas y de chistosa locuacidad”.
“El
beber desata la lengua. Pero también franquea el corazón y es el vehículo
material de una cualidad moral, a saber, la franqueza. La reserva en los
propios pensamientos es para un corazón puro un estado opresivo, y unos
bebedores jocundos no toleran fácilmente que nadie sea en medio de la
francachela muy moderado; porque representa un observador que atiende a las
faltas de los demás, pero reserva las suyas propias… En la licencia que el
varón tiene para rebasar un poco, y por breve tiempo, en gracia a la alegría
colectiva, los límites de la sobriedad, se da por supuesta la bondad del
corazón…”.
Por
fin, en el ámbito literario, en el que tantas veces el vino ha ayudado a las
musas, Charles Baudelaire (1821-1867)
afirma: “Para no sentir el horrible peso del tiempo sobre sus espaldas, hay que
embriagarse sin tregua. De vino, de poesía o de virtud, a vuestra elección.
Pero embriáguese”.
JMTB, 22 de
Abril de 2015
2 comentarios:
Sin duda, el vino forma parte de nuestra cultura. Tu aportación, así lo atestigua. Bien podría decirse:... ¡Ah, si el vino hablase!.
Me quedo ahora con una frase del cantautor George Brassens: " El mejor vino no es necesariamente el más caro, sino el que se comparte".
Pues eso... tiempo por delante y ganas de compartirlo. (JAEM)
Gracias, compañero. Salud, libertad y un buen vino.
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