Por fin una mañana soleada. Un sábado luminoso después de una semana gris y tormentosa, con aviso de tornado incluido. Apetecía salir a pasear sin tener que protegerse de la lluvia y del viento.
Transcurría el mediodía y llegaba la hora de acompañar la cerveza con una tapa. Como alguna nube curiosa jugaba a esconder al sol, decidimos entrar en un gracioso bar de la calle Lancería: “El callejón”. Es estrecho y alargado. Acogedor. Y con una especialidad de revuelto de patatas que te repone rápidamente.
En la mesa de al lado había un grupo de jóvenes ventiañeros, más cerca de los veinte que de los treinta, que también departían tomando un vino de rioja. La proximidad de las mesas, es un callejón, y el tono habitual de nuestras conversaciones en sitios públicos hacía difícil distraerse de lo que comentaban.
En un momento dado, una de las chicas preguntó: “Irlanda del Norte es de Inglaterra ¿verdad?”. Uno de los compañeros le contestó: “No, Irlanda del Norte es Eire”. Todos se quedaron mirando a uno con gafas que parecía ser el más intelectual. Este aseveró: “Irlanda del Norte, capital Belfast” (hasta aquí, ¡fenómeno!) “forma parte de Inglaterra” (¡puf!). El de Eire seguía con su línea argumental: Pero, “Eire es Irlanda del Norte, ¿no?”. A lo que otro listo de la tribu sentencia definitivamente: “Si, porque Eire y España han jugado al futbol”…
Me siento un poco aliviado. Siempre me sentía mal cuando los estadounidenses nos situaban por debajo de México. Que no supieran situar correctamente a España en el mapa era un reflejo de su incultura pero también de lo poco relevante que somos para el imperio. El desconocimiento era como una descalificación de la importancia de nuestro país en el concierto internacional. Era como un insulto, pequeño, pero insulto al fin y al cabo.
Después de la demostración de mis compatriotas, situemos adecuadamente el problema: en la España del siglo XXI la ignorancia es sólo demérito de quien la padece. Como diría un amigo, ¡qué nivé Maribé!.
Transcurría el mediodía y llegaba la hora de acompañar la cerveza con una tapa. Como alguna nube curiosa jugaba a esconder al sol, decidimos entrar en un gracioso bar de la calle Lancería: “El callejón”. Es estrecho y alargado. Acogedor. Y con una especialidad de revuelto de patatas que te repone rápidamente.
En la mesa de al lado había un grupo de jóvenes ventiañeros, más cerca de los veinte que de los treinta, que también departían tomando un vino de rioja. La proximidad de las mesas, es un callejón, y el tono habitual de nuestras conversaciones en sitios públicos hacía difícil distraerse de lo que comentaban.
En un momento dado, una de las chicas preguntó: “Irlanda del Norte es de Inglaterra ¿verdad?”. Uno de los compañeros le contestó: “No, Irlanda del Norte es Eire”. Todos se quedaron mirando a uno con gafas que parecía ser el más intelectual. Este aseveró: “Irlanda del Norte, capital Belfast” (hasta aquí, ¡fenómeno!) “forma parte de Inglaterra” (¡puf!). El de Eire seguía con su línea argumental: Pero, “Eire es Irlanda del Norte, ¿no?”. A lo que otro listo de la tribu sentencia definitivamente: “Si, porque Eire y España han jugado al futbol”…
Me siento un poco aliviado. Siempre me sentía mal cuando los estadounidenses nos situaban por debajo de México. Que no supieran situar correctamente a España en el mapa era un reflejo de su incultura pero también de lo poco relevante que somos para el imperio. El desconocimiento era como una descalificación de la importancia de nuestro país en el concierto internacional. Era como un insulto, pequeño, pero insulto al fin y al cabo.
Después de la demostración de mis compatriotas, situemos adecuadamente el problema: en la España del siglo XXI la ignorancia es sólo demérito de quien la padece. Como diría un amigo, ¡qué nivé Maribé!.
1 comentario:
Es cierto lo que dices... pero aún puede sacarse otra conclusión más triste: la poca geografía qque saben muchos jóvenes es ...¡gracias al fútbol!
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