Cada centro es una pequeña cápsula comprimida de esa sociedad que, en estos tiempos que corren, anda un poco haciendo una mudanza, entre deseada e imprevista, con los trastos medio embalados en el portal y mirando por qué calles tirar para llegar a una casa de la que aún desconocemos su ubicación y su modelo.
Y así andamos en nuestros centros educativos. Intentando contener el tsunami que avanza imparable mientras la orquesta se empeña en tocar dulces melodías para que el naufragio nos resulte más llevadero.
Cada vez que sale a relucir un informe Pisa con resultados académicos comparativos, o como hace poco otro informe con los latidos de los alumnos/as de la franja llamada ESO, los resultados son demoledores, producen escalofrío, nos quedan atónitos.
El auténtico escalofrío me lo produce releer editoriales y noticias de prensa de hace más de una década y casi dos para ser más preciso, en las que ya se intuía y se nos ofrecían datos, como aviso a navegantes, de que algo nada positivo empezaba a gestarse.
Se puso de moda lo políticamente correcto, el pensamiento igualitario y único. A la crítica se le empezó a llamar pesimismo. Y en el nombre del bobalicón lema de pensar en positivo, se fue avanzando sin destino. ¡Como si pensar en positivo entrase en contradicción con el análisis de la realidad desnuda de toda falsa vestimenta!.
No hablo de programas, no hablo de horarios, ni de autoridad, ni de disciplina....No hablo de nada de eso.
Hablo de ideas, de pensamiento, en donde lo evidente diluya día a día los despropósitos, de palabras con significado para saber de qué se habla, de valores perdidos. Hablo de creer en lo que se dice querer, hablo de una escuela que nunca debería ser garante única ni depositaria de la educación de las nuevas generaciones, ni solución de tantos y tantos problemas que nos hemos ido sacudiendo de los hombros desde ámbitos distintos y distantes al centro educativo.
Echar leña al fuego de la caldera con el único fín de que la máquina coja más y más velocidad, mientras los railes de la vía están torcidos, nos llevará al descarrilamiento.
Mientras la orquesta seguirá tocando. Seguirá habiendo voces pidiendo que no pare la música. Y que debemos pensar en positivo. Ojalá se queden solos.
Tengo la certeza, de que la mudanza a la que aludía al principio, terminará llevándonos por un camino llano, extenso, sintiendo la soledad sonora de los páramos. Un camino en el que el horizonte siempre esté al frente.
También ¡Cómo no! en el ámbito educativo.
1 comentario:
Poético final... Pero la realidad admite poca lírica y en las trincheras de lo educativo la música que se escucha no es precisamente dulce ni melodiosa. ¿Podremos ser algo críticos sin que nos llamen pesimistas? AGL.
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