De un tiempo a esta parte, parece como si se hubiera abierto la veda en todos los cotos. Por tierra mar y aire se oyen escopetazos y se dispara, a pelo y a pluma, toda suerte de municiones, desde perdigones, cartuchos de postas y balas de fogueo, pasando por metralla y obuses de variado calibre que, en última instancia, persiguen cobrar pieza aunque en algunos casos no quede de ella más que una piltrafa.
Hace unos días, la montería de Garzón y Bermejo era la que daba que hablar por que se trataba de una partida de caza mayor, con ojeadores y jaurías, con puestos bien situados para cazar al acecho. En un territorio más cercano, la prensa local nos daba cuenta de las batidas de la fiscalía anticorrupción, con triquitraques que espantan a la volatería. Pero con todo, la más deplorable de las cacerías se ha desatado en estos días utilizando toda clase de cebos, perchas, trampas y reclamos, para cobrar inmigrantes en las colas del paro, en las del SAS, o mientras esperan a sus hijos en las puertas de los colegios. Hemos mandado las jaurías a esos mismos que, hace apenas unos meses, empleábamos de manera clandestina en los peores trabajos, esos que hoy no queremos ver ya en nuestro coto.
Hace unos días, la montería de Garzón y Bermejo era la que daba que hablar por que se trataba de una partida de caza mayor, con ojeadores y jaurías, con puestos bien situados para cazar al acecho. En un territorio más cercano, la prensa local nos daba cuenta de las batidas de la fiscalía anticorrupción, con triquitraques que espantan a la volatería. Pero con todo, la más deplorable de las cacerías se ha desatado en estos días utilizando toda clase de cebos, perchas, trampas y reclamos, para cobrar inmigrantes en las colas del paro, en las del SAS, o mientras esperan a sus hijos en las puertas de los colegios. Hemos mandado las jaurías a esos mismos que, hace apenas unos meses, empleábamos de manera clandestina en los peores trabajos, esos que hoy no queremos ver ya en nuestro coto.
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